La sobreprotección también daña

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Mi hija tiene ahora 22 meses y antes de que le pase algo, lo que sea, yo me lanzo al abismo para salvarla, por eso entiendo que cualquier protección, cualquier acto que prevenga una desgracia es importantísimo y todos debemos tenerlo presente. Lo que pasa es que a veces pienso en cómo vivimos lo de mi generación la infancia y en cómo la están viviendo nuestros hijos y creo que la libertad de la que disfrutamos ellos no la van a tener nunca. Y ya no quiero deciros nada si nos ponemos a hablar de todo lo que se les ha privado por culpa del Covid19.

Hablemos primero de la ropa. Yo soy la primera que cuando ve a su bebé toda mona e impecable se le cae la baba pero seamos realistas, llevarla al parque con vestiditos o pololos es un poco ridículo y no es solo los bebés, hoy en día se ve a niños y niñas guapísimos vestidos de domingo de misa intentando jugar en los parque mientras sus padres se preocupan de que no se manchen demasiado, ¿hola?

El domingo pasado fui a un parque lleno de palmeras que han reformado en mi ciudad. Antes era un secarral pero ahora hay un lago prefabricado pero precioso, con dos cascadas, cuatro o cinco parques infantiles, cada uno con juegos diferentes y para distintas edades, una tirolina infantil, un kiosko tipo bar de tapeo donde hacerte un buen aperitivo y, por supuesto, muchísimo espacio para pasear en familia. Lo único malo es que no está permitida la entrada de animales, pero ese es otro tema. Mi hija llegó allí con un chándal del mercadillo y una camiseta de manga corta, se tiró por todos los toboganes (ayudada por mí, recordemos que no tiene ni dos años cumplidos), se subió a todo lo que pudo y se revolcó por el suelo todo lo que pudo y más.

Al rato de estar allí, llegó una chica con su marido e hija, de inmediato la reconocí como una amiga de la facultad, de cuando estudié la carrera, y me acerqué a la saludarla. La niña vestía una camiseta monísima con una falda de estas tan de moda tipo tul rosa, tipo bailarina de ballet, y obviamente empezó a subirse a todo, como mi hija. Las dos niñas se llevan unos 5 meses, mi hija es menor, y mientras que ella se tiraba de todo y subía y bajaba sin problemas, la hija de mi compañera de facultad no podía apoyar las rodillas bien porque le dolían, se arañó las dos piernas bajando por una rampa y al caerse de culo mientras corría se rasgó parte de la falda contra el suelo de tierra.

“¡Ay” exclamó mi conocida “es que estamos acostumbrados a los parques que tiene suelo de goma y no se hacen daño aunque se caigan y la hemos traído con la falda que me parece que no ha sido muy buena idea”. Ante esto yo me mantuve en silencio porque soy de la opinión de que, aunque haya suelo de ese blandito, mi hija estará más cómoda jugando en chándal que en faldita de pitiminí.

Ese tipo de suelo me parece una maravilla. De hecho, en la urba donde vivimos había un pequeño parque infantil con columpios y suelo de tierra, y hace cuestión de unos meses la comunidad contrató los servicios de Lloen, una empresa fabricante de suelos de goma y caucho, para instalar suelo de ese blandito en la zona del parque infantil. A mí me pareció maravilloso porque, como ya he dicho, cualquier cosa que pueda prevenir un accidente es bienvenida, ahora bien, pensar que como tienen ese suelo y no se hacen daño ya puedo llevarla como si fuera una princesa Disney en su mejor momento pues no.

Los niños tienen que jugar, que correr, que caerse, que levantarse, que experimentar, y para todo eso lo mejor es el chándal, las mallas o cualquier ropa cómoda que podamos tener a mano, aunque no estén tan monos que cuando los vestimos para el domingo de misa.

Ahora bien, para gustos los colores.

Recuerdo un día que mi cuñada me dijo que quería comprarle algo de ropa a mi hija y yo no sabía cómo decirle que era mejor que no lo hiciera, más que nada porque yo no iba a vestir a mi peque como ella vestía a mi sobrina. El caso es que, antes de que yo dijera nada, ella misma me dijo que no me preocupara, que a ella tampoco le gustaban los lazos ni los volantes.

Al día siguiente me apareció con un conjunto de faldita y camisa, sin volantes y sin lazos, pero súper cortito, de esos que se llevan con pololos debajo para que no se les vena las vergüenzas, de color rosa (por supuesto) y blanco, y con una tira de puntilla en el cuello de la camisa y en el borde de la falda. Creo que lo estrené un domingo que comimos con ellos antes del confinamiento y luego no le he vuelto a poner el conjunto a mi hija jamás.

Lo siento, pero mi hija llevará eso en caso de tener que asistir a una boda o a un evento de la alta alcurnia, y aun así me lo valoraría mucho porque por mucha boda que sea mi hija querrá jugar con los niños que haya así que igual es mucho mejor vestirla mona, pero cómoda, arreglada pero sencilla ¿no?

El mayorista de ropa infantil Confecciones Alber, tiene unas colecciones que me parecen perfectas para conseguir el look que os comento. Venden su ropa en una tienda infantil cerca de mi casa y siempre he pensado que en caso de tener que ir a algún evento así le compraría algunos de sus conjuntos.  Por ejemplo, tienen vestidos muy cómodos y fresquitos para primavera-verano que son muy monos pero sencillos, para que las niñas puedan moverse y no parezcan maniquíes de revista, y tienen también conjuntitos de pantalón ideales para cualquier día que la niña tenga que vestir un poco más arreglada pero sin dejar de ser niña.

Al final, lo que yo propongo es favorecer el juego del niño sin tener que privarnos de la seguridad.

Madres y padres sobreprotectores

Y es que creo que hemos llegado a un punto en el que estamos sobreprotegiendo a nuestros hijos demasiado. Yo tampoco quiero que se abra la cabeza en el parque pero no voy a volverme loca porque se caiga y se haga sangre en la rodilla. Eso es lo normal, lo que no es normal es pretender llevar a la niña envuelta en papel de burbujas para que cuando caiga rebote contra el suelo.

¿Sabéis lo que le dijo el dentista a mi prima hace unas semanas? Que a su hija no se le terminaban de caerlos dientes de leche y tenía que recurrir a él para que se los quitara con el fin de dejar paso a los nuevos dientes definitivos porque no le daba de comer nada duro como antaño. El hombre le dijo que antes nos daban una manzana y nos la comíamos abocados, mientras que ahora les partimos trocitos diminutos sin piel y se los metemos en un tupper para que coman poco a poco. ¡Y el caso es que tiene razón!

Nuestra sobreprotección con ellos ha llegado tan lejos que estamos influyendo en cosas tan naturales como el hecho de que se te caiga un diente de leche, medio suelto, con 6 años, al morder un bocadillo de pan de barra, y no un sándwich blandito con jamón york como les damos ahora a los peques.

No se trata de no ver las ventajas de la seguridad que tenemos ahora y que antes no teníamos y el ejemplo más claro lo tenemos en nuestros vehículos ya que ahora, con la silla infantil, el cinturón y los protectores los niños van mucho más a salvo que antes, de lo que se trata es de no irnos a los extremos y si la niña se tiene que caer y levantarse sola, pues que se caiga.

No la voy dejar subirse a un muro, ni asomarse a un precipicio, y cualquier cosa que sea darle seguridad me parece bien recibida pero una cosa es ponerle un arnés para que si se cae no se haga daño y otra cosa es atarla de pies y manos para que, directamente, no se mueva de mi lado y evitemos así la caída. Hay que tener un poco de cabeza, tanto con la ropa que ponemos a nuestros hijos (que no son muñecos de escaparate) como con la sobreprotección a la que los estamos sometiendo a muchos. ¿No creéis?

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